PETROGLIFOS ES UN POEMARIO EDITADO POR BAILE DEL SOL.

martes, 5 de agosto de 2014

TEXTO DE LA PRESENTACIÓN EN MADRID POR RUBÉN ROMERO SÁNCHEZ



Casi siempre me da igual lo que quiera decir un poeta. Leo sus palabras y, si me turban, si me agarran del cuello como se aferraría un ahorcado a su soga, las hago mías y las doto del sentido que yo quiero o que necesitan para mí. ¿Decís que el poeta hablaba de la lucha de clases en aquel poema? Para mí hablaba de amor. ¿Que es la soledad como condena el tema de aquel otro? Para mi su tema era el perdón. Así entiendo la poesía, una conversación entre poeta y autor en la que ninguno presta atención al otro pero aún así todo tiene sentido. Y da igual lo que diga el crítico. Un poema dice lo que quiere el lector que diga.



Para mí, Luis Vea, que presenta un complejo, rico y perturbador poemario en esta tarde de primavera inquieta, habla del anhelo de libertad del ser humano; del pasado personal como manera de estar en el mundo; de la vanidad de todas las cosas, que son perdurables como las huellas que borra la marea; de la búsqueda de uno mismo, de nuestra esencia.


En mi lectura el poeta se transubstancia en el Juan Ramón más reflexivo, capaz del romanticismo más arrebatado (“en tus pupilas veo naufragar al océano) como del misticismo solidario en los desheredados (“declaro desierta la infancia”). El poeta comprende el mar antitéticamente a como lo hacía nuestro querido Manrique: si para éste es el final del trayecto, para el poeta de Petroglifos, el mar es el “líquido materno” al que se encamina en una suerte de homérico caminar entre los vestigios de un pasado que no se volverá a recuperar y un futuro incierto y no imaginado. Para ello utiliza versos que ojalá hubiera escrito yo:


“Intento calmar la locura

pero adolezco de puentes

desde donde suicidarme”



Y utiliza, también, imágenes que, en su pretensión plàstica, evocan un mundo de formas nuevas en el que el hombre, como en el Génesis, da nombre a todo por primera vez, incluso al acto de nombrar, y lo inscribe en piedra con su propia mano, piedra que fosilizará su historia para que nunca la olvide.


La vida es una continua despedida; de nuestros “amores varados”, como dice el poeta, o de nuestra inocencia (“declaro desierta la infancia”, se me repiete como un eco de desolación). Pero existe la esperanza. A través de las “islas a la deriva” que escribió Hemingway que éramos en su novela póstuma, podemos encontrar el mar, y nuestros pies cansados de la piedra y la ceniza podrán refrescarse.


Petroglifos me ha removido por dentro y, como todo buen libro, me descubre cosas en cada lectura. Ahora sólo queda continuar el viaje, como dice Luis Vea, continuar y “zarpar hacia el mar”.


Rubén Romero Sánchez