PETROGLIFOS ES UN POEMARIO EDITADO POR BAILE DEL SOL.

miércoles, 30 de julio de 2014

MARÍA DOLORES GARCÍA PASTOR RESEÑA PETROGLIFOS EN LA TORMENTA EN UN VASO





Petroglifos es el título del nuevo poemario del escritor y poeta barcelonés Luis Vea. Veintidós poemas agrupados en cuatro apartados ("Volcán", "Latente", "Alma de batracio" y "Petroglifos") en los que se respira la esencia de las Islas Canarias.

Poemas breves, con una exquisita concreción de trazo, de pincelada precisa. Un minimalismo formal forjado a través de la materia prima que nace en las Islas Canarias: lava, ceniza, piedras, agua, arena. 

Este es un libro de paisajes internos que se miran en ese espejo que es la orografía de las islas. Una vez más este poeta nos viene a confirmar que una de sus grandes cualidades es su capacidad para unir el paisaje y las sensaciones convirtiéndolos en un todo. El paisaje, al principio del poemario más descriptivo, deviene esencial a medida que avanzamos en la lectura.

Petroglifos es también un libro de contraposiciones. El volcán es la calma pero también la furia. Las islas son la libertad pero también el confinamiento. La relación del poeta con el archipiélago canario, forjada a través de numerosas estancias en las islas, se hace presente en todo momento.

Vea conoce muy bien el lugar del que nos está hablando y eso se nota no solamente en lo que nos muestra sino en el lenguaje con el que lo hace. Así viajamos por un texto en el que abundan los jameos, médanos, fumarolas, perenquenes y el picón. 
El paso del tiempo es un tema presente en toda la obra de este autor en especial en su poemario Hachazo de metrónomo (2011). Viendo la extensión de la obra el lector no puede por más que preguntarse cómo se puede decir tanto en tan poco.

 María Dolores García Pastor



http://latormentaenunvaso.blogspot.com.es/2014/07/petroglifos-luis-vea.html

martes, 1 de julio de 2014

TEXTO DE ÁNGELES JURADO EN LA PRESENTACIÓN DE PETROGLIFOS

Buenas tardes a todos y a todas.

Por si no nos conocemos, me llamo Ángeles Jurado, soy periodista y escritora en sequía creativa. Cuando tenía vida literaria disfrutaba al escribir relatos cortos y microrrelatos. Me trabé al tercer capítulo de una novela y siempre deseé secretamente tener la capacidad de poder escribir poesía.

Es un honor, un privilegio, una alegría estar esta noche en esta mesa con Ramón y, sobre todo, con Luis. Teníamos una cita pendiente desde hace tiempo y hoy, por fin, nos encontramos fuera de las redes sociales, en carne y sangre, rodeados de libros, cerca del mar. Las epístolas breves a caballo de facebook y los cruces de libros por correos nos han llevado hasta este momento, a esta noche destemplada y ventolerienta, tapada por el nublerío, en una de las zonas de mi ciudad que más me gustan. Y me llena de orgullo y satisfacción que me guardara un huequito al lado para la ocasión, que me insistiera aunque yo le pusiera peros, que me enviara el libro justo antes de coger un avión y todo fueran facilidades y cariños.

Primero que nada tengo que disculparme y avisarles de que acabo de llegar de Madrid, de un curso intensivo de dos días que no tiene que ver con literatura ni con Luis ni con Petroglifos. Y llego arrastrando un cansancio que me lastra la lengua y hasta los pensamientos. Por eso quise poner algunas líneas por escrito entre aviones y obligaciones de la vida diaria, y me prometí esforzarme en leer despacito y no dejar, como siempre, el momento abandonado a la improvisación.  No me gustaría romperle a Luis la confianza.

Aviso también de que normalmente me aturulla el sentarme ante público. Más ante un público como el aquí presente esta noche, aunque hay amigos, escritores, gente a la que admiro y a la que quiero, empezando por el propio Luis aquí a mi vera. Preciso que, en estos casos, mi defensa es la brevedad y advierto que pienso escudarme en ella con el fervor de siempre. Estamos aquí para escuchar a Luis, también a Ramón, también a ustedes. Yo me conformo con calentarme dulcemente con el fuego amable de sus palabras.


Confieso que le puse reparos a Luis cuando me propuso acompañarle. Por el pánico escénico, por un mes un poco agitado, por no querer decepcionarle.  Insistió con tanta dulzura que tuve que decirle que sí pero advirtiéndole primero que la poesía no es lo mío.

Me estrené, como muchos, con Bécquer y los románticos españoles en las clases de literatura del colegio y el instituto. Adoré las oscuras golondrinas en sus nidos y la poesía en los ojos azules de alguna mujer con corsé y botines. Después llegaron Neruda y sus desnudeces simples como anillos. Mucho más tarde, Safo, Ajmatova, Bretch, Rimbaud, Lezcano, Mayakovsky, Cavafis, Inma Luna, Miguel Hernández, Dolores Campos-Herrero o los haikus. 

No comprendo la delicada arquitectura de un poema, la densidad que se condensa en unas pocas simples palabras elegidas con mimo y engarzadas de manera perfecta. Estudié sus ritmos, medidas y secretos en clase y hasta los perpetré en esa misma clase, sufriendo, lo reconozco. Siempre me supe poco sutil entre los versos, patosa y muy cursi. Enredada en un poema me veía adolescente y burda.
Por todo eso, por mi falta de cultura poética y la dificultad que percibo a la hora de poder escribir un poema digno, que tenga la sensibilidad justa y que le toque el alma a alguien, admiro profundamente el trabajo de Luis.
Sus libros, desde mi sensibilidad poética casi sin trabajar y mis pocos conocimientos en la materia, me parecen joyas. No las recargadas de nuevo rico ostentoso, escondidas tras un cristal en la Torre de Londres para que las admires de lejos y les saques fotos.

Los libros de Luis me parecen más bien joyas simples y cálidas, como los anillos de Neruda. Simples de desnudo femenino. Simples de petroglifo, de simple línea que gira sobre una piedra en un gesto universal y simple que condensa mil conocimientos e historias. Simple de una simpleza aparente, porque lograr la economía perfecta de líneas, la palabra adecuada, el punto y la coma mejor situados, la brevedad que te deja con ganas y te llena a un tiempo… eso se convierte, para mí, en el reto absoluto de un escritor. En la simplicidad no hay trampas. No queda nada oculto. Y Luis escribe simple.

Los petroglifos de Luis son aparentemente sencillos, muy breves, pero gozosamente plenos. Como pildoritas mágicas que te colman el alma, desde lo diminuto. Como el callao chico que se lanza a la superficie del tanque manso y que lo llena de círculos en expansión que se entrelazando, ondulando el agua. Como el volador chiquito que estalla en el cielo para convertirse en una palmera de fuego.

En los Petroglifos de Luis habitan palabras que me encandilan y reconozco… Jameo, médano, jable. Paisajes en los que he crecido, que llevo  impresos en las retinas y siguen allí cuando caen sobre ellas los párpados. Nombres que me llenan la boca, como Timanfaya o Fariones. Aguas vivas, olores a seba, colores de arena, sonidos de caracola y olas.   

En Luis veo el mundo al que pertenezco.

En su melancolía, en la queja por el tiempo que vuela a lomos de la vida, en las imágenes que traza con pocas palabras, en los colores, olores, sonidos.

Leí Petroglifos en un avión que me alejaba de Canarias, intentando demorarme en cada poema y alargar el gozo breve pero intenso de sus páginas. Imaginé que desde el libro partía un hilo invisible a mis costillas. Y desde mis huesos a la tierra de la que salía. Como un gancho que me prendía a lo que dejaba atrás.


 Lo cierto es que en Luis no descubro una mirada extranjera sobre mis circunstancias y mi mundo. En Luis me veo.